El pasar de los días, semanas, meses y años, hacen que nosotros cambiemos, que cambiemos la manera de ver el mundo, de pensar o de vestir, pero lo que nunca el tiempo podra cambiar, es aquella sonrisa y mirada dulce de esa invencible y admirable mujer que nos dío la vida , nuestra madre.
Esa explendida mujer que tuvo la dicha de tener dos corazones por nueve meses,que tuvo la immensa alegría de sentir nuestros primeros latidos, que desde pequeños hizo que nuestros primeros pasos sean firmes, ella que siempre estuvo, esta y estará siempre en los buenos y malos momentos para ayudarnos a corregir cada error cometido , para soportar cada disgusto que le damos y lo perdona sin ningún problema.
Ella que nos cuido con dulzura, nos aconsejo, nos enseño a vestirnos, nos enseño con mucha paciencia a diferenciar entre lo bueno y lo malo. Ella que en el hogar hace el rol de cocinera, lavandera, psicóloga, amiga, consejera, complice de nuestras travesuras y de muchos roles admirables e interminables más.
El amor y el cariño de una madre es incondicional, nunca se acaba, aunque nosotros seamos padres adultos, ellas siempre nos miraran como sus hijos pequeños.
Nuestras madres ejemplares, las que nos vieron crecer, ellas las que nos ayudaron a abrir un buen camino en la vida, esas mujeres, nuestras madres ¿acaso merecen los disgustos que le damos cada día?
Por : Lizbeth Huamaní